21 Enero 2011
Arecibo
Carlos Hernández
Soy el padre de una joven universitaria de 22 años que esta próxima
a un trasplante de corazón. Debido a su condición lleva tiempo
restricta al hospital o a la casa.
Joven al fin llegan las
Fiestas de la calle San Sebastián y este tipo de celebración la hace
caer en depresión. Como padre decidí llevarla el viernes temprano con el
plan de llegar a Cataño y coger un taxi hasta la calle por su
limitación al caminar debido a su condición cardiaca.
El Taxista
me indicó que las calles se encontraban cerradas. La niña se entristeció
y decidimos volver a casa, pero un policía municipal de San Juan, el
agente Pitre se percata y me pregunta qué estaba pasando.
Al
contarle, él mismo pidió una oportunidad para comunicárselo a su
supervisor. A los diez minutos apareció una patrulla con la Teniente
Aguilar y como un cuento de “Make a wish” le hicieron realidad su deseo.
Estos dos seres extraordinarios son los héroes de mi familia y
quiero que todo Puerto Rico tenga conocimiento que los policías de este
país están fuera de liga.
Buena para la Policía Municipal de San Juan y muchas gracias.
http://www.elnuevodia.com/carta-lacartadelasemana-869202.html
Supermán no está en las habitaciones del hospital.
Hay momentos en la vida que te hacen creer en Supermán; esos en los que por un sueño, el sueño de otros, somos capaces de hacer "extras", sólo buscando una sonrisa, un instante de felicidad.
En cada lugar del mundo "hay gente pa tó", desde esos que sólo ven su ombligo y se quedaron sin pasar la etapa evolutiva de los dos años, la del "mio, mio, mio", a los otros que arriesgan por los demás. A los del riesgo, los del ombligo les llaman locos. A los del ombligo, los locos les llaman egoístas.
El instinto de supervivencia primario debe estar en poder de los egoístas, estoy segura. Y la locura de esos majaretas, sólo en manos de unos poquitos. Los mismos poquitos que hacen evolucionar el mundo, y por los que dejamos las cuevas y el fuego del paleolítico buscando mejoras, aún equivocándose.
Leer cartas en las que un padre agradecido nos cuenta cómo su hija, que espera un corazón para sobrevivir, pudo pasear fuera del hospital porque hay locos que lo hacen posible te devuelve la fe.
Cuando aún no teníamos en los hospitales de Sevilla esto de la visita responsable, los enfermos aguantábamos -a veces sin protestar- cómo manadas de egoístas, y además maleducados, nos hacían subir la fiebre por la noche. Por cierto, hay un estudio publicado por ahí que relacionaba hora de visitas con subidas de fiebre. Llegaban a las habitaciones compartidas por dos enfermos, se apalancaban al lado de la cama del familiar, y empezaba la batalla: "que si tu hija fulanita no ha venido a verte, que es que no te quiere, que si dame el mando de la tele que empieza el diario de patricia, que si sube el volumen que no oigo...". Sea por el efecto de la fiebre que me subía o porque estos desmadres familiares nunca me gustaron hubo momentos como esos en los que me los imaginaba golpeando piedras sobre paja para hacer fuego, con taparrabos, y me era más fácil aún despreciarlos.
He vivido muchos ingresos de los que he salido bien gracias al esfuerzo de los profesionales sanitarios y el poder de bombardeo de los medicamentos de hoy. Si hubiera dependido de los compañeros de cuarto estaría criando malvas, palabrita del niño Jesús. "Hay gente pa tó", claro, y no todos son energúmenos del quince. Hasta recuerdo ingresos en los que he salido reforzando amistades con grandes compañeros de cuarto, pero son las menos veces.
Hace un par de semanas, una mujer con cara de malas pulgas, y menos respeto, increpaba a la chica de uniforme de la entrada a planta del Virgen del Rocío, que ella subía y "subía por sus cohone". Y no subió. Sin mirar atrás, casi en la puerta del ascensor, una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en mi cara. No me puse a gritar "oe, oe, oe, oeeeeeee" por eso del silencio, pero me faltó el canto de un duro.
Al que dude de la efectividad de esta medida que viva lo que he vivido yo ahí dentro y después hablamos. Porque a ver a quién le hace gracia experimentar un exorcismo a las dos o tres de la mañana, al otro lado de la cortinilla blanca, donde sobre una cama articulada una viejecita, diabética, y a la que le acababan de amputar la segunda pierna, le respondía a su nieta, tumbada en el hueco que ella dejaba, "por qué me voy a callá, coño, si es temprano, y a mi me guhta er jaleo". Acto seguido entró un señor con cara de seriedad y sueño, que ya quería irse a su casa, y empezo a vociferar con voz ronca: "espíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiritu de Satán, sal de este cuerpo". Y tras repetirlo varias veces oíamos mi marido y yo una retahila incomprensible de salmos o salmodias animando al mismísimo demonio a alejarse de la pobre anciana, no porque le gustase el jaleo, no, sino porque se supone que los enfermos lo que tenemos dentro es a Satán. Toma ya. La cara de incomprensión nuestra pasó a la risa, y tuvimos que ponernos las manos en la boca para no levantar sospechas heréticas.
Ingresaré pronto, y si eres de los que andan cabreados con esta medida de corresponsabilidad en el Virgen del Rocío, como me toquen otra vez compañeros así te pido cambio. A ti que te hagan el exorcismo, y a mi me dejas con los tranquilitos. Que para como voy a estar, no voy a aguantar muchas historias.
Lo que no me explico es que con lo rapidito que hoy cualquiera se pone a chillarle a una enfermera por haberle sacado sangre a la segunda, y no al primer pinchazo, cómo no nos ponemos igual con esos chulitos de paso de hospital, sin batas ni modales. Si hay normas, son para todos, y no sólo para los que creemos en ellas.
Beatriz González Villegas.
En la Primera Jornada de Participación Comunitaria del HU Virgen del Rocío se nos presentó el nuevo programa de Acompañamiento y Visita Responsable. |
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