Madrid
No ocurría en la región desde hace 20 años. Una mujer de 32 años, en diálisis y con espína bífida, acaba de tener un bebé a término y de parto natural.
ABC
Luis Miguel es un precioso bebé de apenas dos semanas.
«Un pepón», dice su madre, María Luisa del Álamo. Come que da gusto,
duerme como un lirón y crece día a día. Hasta ahí, todo normal. Como
debe ser. Lo asombroso de esta criatura es que es el hijo de una mujer
en diálisis por una insuficiencia renal que le diagnosticaron de pequeña
y que, además, sufre de espina bífida. Además, en medio del embarazo,
ya de por sí peligrosísimo, tuvo que ser operada de apendicitis. Es un
«milagro» conseguido gracias a una madre vitalista, una familia que la
apoyó sin fisuras, un equipo de profesionales de altura y un niño, Luis
Miguel, que se aferró a la vida desde el momento en que fue engendrado.
Que esté documentado, el caso de Luis Miguel —madre en
diálisis, embarazo más o menos normal, nacido a término y de parto
natural— es el primero que se produce en Madrid desde hace entre 17 y 20
años. «Es muy raro que una paciente en diálisis se quede embarazada.
Las estadísticas mundiales hablan de entre 0,3 y 0,7 casos por cada
1.000 al año», asegura la doctora Karina Ruth Furaz, del centro de
diálisis Los Llanos, en Móstoles, perteneciente a la Fundación Renal
Iñigo Álvarez de Toledo. La nefróloga ha estado todo el embarazo
pendiente de la madre y del hijo que llevaba en sus entrañas.
Y ahí, en Los Llanos, es donde hemos compartido una
mañana con María Luisa. Tiene 32 años y vive en Alcorcón. Trabajaba en
una empresa de seguridad. Su marido, Pedro, acude todos los días a
buscarla tras la sesión de diálisis. Ahora lo hace con Luis Miguel, para
jolgorio y alegría de todos los profesionales del centro y que pasa de
brazo en brazo sin inmutarse, con ese color sonrosado que describe
exactamente su buen estado de salud. «¡Qué ganas tengo de que me den un
nieto como éste!», sonríe Belén Marco, la supervisora del centro y con
muy pocas ganas, ninguna, de soltar al pequeño Luis Miguel, nacido el
pasado 15 de octubre en el Hospital Universitario Fundación Alcorcón,
centro con el que la Fundación Renal mantiene un trato muy fructífero.
María Luisa y Pedro tienen otro hijo, Pedro —como el
padre—, de 4 años. «Cuando me quedé embarazada de él, no estaba en
diálisis», explica la madre. «En ella llevo dos años, porque me empecé a
notar muy mal. Estoy en lista de espera para un transplante de riñón».
Con su ordenador, para distraerse, María Luisa pasa tres
horas y media enchufada a la máquina que extrae de su organismo las
toxinas que el riñón no elimina por sí sólo. Así, los lunes, miércoles y
viernes. Durante el embarazo de Luis Miguel, la sesión era diaria,
menos los domingos. «La verdad, no quería otro hijo. En mi estado, en
diálisis, era muy peligroso para mí y para él. Hoy me alegro. Le veo y
me reafirmo en que la “aventura” de la vida ha valido la pena. Se está
criando muy bien, con biberones. No le doy pecho porque... ¿Y si me
llaman para el transplante? Bueno, confieso que le di el pecho el primer
día», se sincera.
María Luisa es un torbellino. Activa, divertida y
espontánea. Un dato: dio a luz un viernes, y al lunes siguiente ya
estaba, otra vez, en su sillón de diálisis. «A Luis Miguel lo he parido
yo, pero es un regalo para todos. Me enteré de mi estado a los tres
meses. En diálisis es difícil quedar embarazada. No pensábamos que
pudiera ser. Pero fue. Y aquí, en Los Llanos, se deshicieron conmigo.
Sabía el riesgo que corría, pero nunca imaginé que todo iba a ir tan
bien y que mi bebé iba a nacer sano y a término. ¡Oye, que pesó casi
tres kilos! Me angustié, sí, pero nunca temí por mi vida».
Tanto la doctora Karina Furaz como Roberto Martín,
director médico de la Fundación Renal, coinciden en la dificultad de
quedarse embarazada en medio de un tratamiento de diálisis. El enfermo
renal avanzado tiene sus sistemas hormonal y endocrinológico
trastornados. En las mujeres, el ciclo menstrual sufre muchas
alteraciones; incluso desaparece temporalmente. Además, hay factores
psicológicos que ponen más difícil, si cabe, el embarazo, porque con la
diálisis disminuye la libido.
Conseguida la gestación, los problemas no desaparecen. En
diálisis, la tasa de éxito anda entre el 40 y el 50 por ciento. Pero
hay más. Sin olvidar el riesgo a tener un aborto, puede haber
desprendimiento de placenta e infecciones. Muchos niños nacen prematuros
y con problemas respiratorios.
Si, por desgracia, se produce una eclampsia —que en latín
significa relámpago—, la vida de la madre y del hijo correrán peligro.
Eclampsia es la aparición de convulsiones alrededor o después de la
vigésima semana de gestación o en el momento del parto que constituyen
el signo de que se eleva peligrosamente la presión arterial.
Con tratamiento de diálisis, los bebés pueden dejar de
crecer dentro del útero materno, no les llega el alimento y pueden tener
dificultades respiratorias. Por eso, se producen muchas cesáreas al
menor síntoma de peligro.
María Luisa no era ajena a estos peligros. O se los
imaginaba. Su embarazo fue laborioso, tenía anemia, debía doblar —de 3 a
6— las sesiones de diálisis, hacerse una analítica casi a diario,
evitar una hipo o una hipertensión, controlar edemas y regular sus
niveles de hemoglobina. Total, nada. Ella se dijo: adelante. El 15 de
octubre de 2010 nacía su Luis Miguel. Con fórceps, pero de parto
natural. Sanito, que era lo importante. «Es que el enano no quería
salir. Debía de estar a gusto ahí dentro». Al nacer, dio sobresaliente
en sus constantes vitales. Y dará muchas alegrías más.
MADRID.
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