MEDICINA
La ciencia de los trasplantes
El bien más preciado: mejor darle otra vida.
La posibilidad está ahí. Buscar una pieza de
recambio cuando un componente de nuestro organismo anuncia su caída en
picado se ha convertido en una realidad clínica que amplía día a día sus
horizontes. Tanto en frecuencia de trasplantes como en el repertorio de
fragmentos susceptibles de sustitución. El detalle que impide a esta
solución técnica convertirse en una panacea sin fin es que la tabla de
salvación se aloja en el organismo de otro ser humano.
Eso limita enormemente los recursos disponibles, que nunca son suficientes, como demuestran las cifras de nuestro país. España exhibe
la mayor tasa de donantes del mundo, con 34,4 por cada millón de
habitantes, pero 2009 finalizó con 5.400 nombres en lista de espera.
Y
eso, a pesar de un incremento del 1,8% en las donaciones, incluso con
la caída de las muertes por accidentes de tráfico. Podrían ser más, pero
la escasez también ahonda sus raíces en una espectacular ampliación de
la demanda. “Cuando yo estudiaba”, explica Rafael Matesanz, director de
la Organización Nacional de Trasplantes
(ONT), “considerábamos a alguien de 50 años demasiado mayor para
trasplantar. Ahora están recibiendo corazón, riñones e hígados personas
de más de 80 años”. No solo eso; la ampliación de los criterios de
idoneidad, gracias a los avances científicos, “también ha convertido a
pacientes con HIV, tumores, varios bypasses y aterosclerosis en
receptores posibles”, añade.
Al aumento de los expectantes se le
añade la eterna dificultad inherente a los trasplantes: nuestra falta de
estandarización biológica. El grupo sanguíneo, la edad, el tamaño
corporal son solo algunos de los criterios que deben coincidir entre
quien cede una parte de sí y quien la recibe, lo que reduce
considerablemente el proceso de adjudicación. Además, plantea una seria
reflexión ética a quienes lo gestionan. Ángel Salvatierra, miembro del
Comité Autonómico de Ética e Investigación Sanitaria de Andalucía,
asegura que hay temas no resueltos: “Por ejemplo, los pulmones de un
donante pueden servir ambos para un receptor o para que dos receptores
reciban uno cada uno. La comunidad científica internacional aún no ha
especificado claramente que la supervivencia sea mayor en el primer
supuesto; por eso, la decisión se toma caso por caso”.
Otro asunto
en liza en el ámbito internacional trata una cuestión de tiempo.
¿Cuánto hay que esperar tras el fallecimiento para extraer los órganos
del donante? En el caso de que se haya declarado la muerte cerebral, no
hay dudas. Se mantiene el corazón latiendo artificialmente, para evitar
que la falta de riego inicie el deterioro, y se extirpan lo antes
posible. Pero, si falla precisamente el corazón, lo difícil es hallar un
intervalo que descarte cualquier posibilidad de recuperación, antes de
hacerlo latir de nuevo con ayuda de la tecnología, con la única
intención ya de preservar el resto del cuerpo para otros.
El
consenso internacional cifra ese período entre 2 y 5 minutos, pero no es
una ley. Eso permitió a un equipo del Hospital Infantil de Denver
(EEUU) en 2008 extraer los corazones de tres bebés para salvar a otros
solo 75 segundos después de declarar su parada irreversible. A pesar del
éxito clínico, los reparos éticos de la profesión levantaron una ola
mundial de polémica.
En España, la extracción de órganos (nunca el corazón) tras parada cardíaca
es minoritaria. La ley obliga a esperar 5 minutos una vez fracasados
los intentos de reanimación, pero Ángel Salvatierra asegura que: “Se
exceden los plazos indicados, para eliminar la mínima posibilidad de
recuperación”.
Los más complejos
A este tipo de
consideraciones se han añadido otras con un nuevo tipo de
intervenciones, relativamente recientes: los llamados trasplantes de
tejidos compuestos, como los de rostro, piernas, brazos, etc., en los que el paciente no se debate entre la vida y la muerte.
“Se
trata de los trasplantes de mayor complejidad técnica”, afirma
Matesanz, y su corta trayectoria los coloca dentro del estatus de
experimentales. Lo que implica que el paciente debe asumir con claridad
que nadie puede garantizarle las consecuencias a largo plazo. Y que las
comunidades autónomas y la ONT mantienen la potestad de permitir o no
cada uno de ellos. Además de esa incertidumbre de futuro, la balanza de
los contras incluye un tratamiento inmunosupresor de por vida y el
riesgo de que surja un rechazo en cualquier momento. Por eso, a la hora
de darles luz verde, el beneficio para el paciente y la exclusión de
otras alternativas tienen que pesar mucho. Tanto, que Matesanz se
muestra tajante al afirmar: “Nosotros no vamos a autorizar un trasplante
de un solo brazo, ni uno de útero, para que alguien tenga un hijo, ni
uno de pene”. En cuanto a este último, explica que: “Ya sería curioso
que no hubiera otra técnica para solucionar el problema urológico; y en
el aspecto sexual, un pene trasplantado no va a ser funcional en la
vida”.
Fábrica de repuestos
¿Y si ese pene no
procediera de otra persona? ¿Y si fuera un apéndice artificial fabricado
a la medida? En el mundo ya hay conejos engendrados con ese tipo de
implantes. Forman parte de las investigaciones del Instituto de Medicina Regenerativa
de Wake Forest (EEUU), uno de los miles de centros de todo el mundo en
pos de la gran promesa para enmendar nuestros cuerpos: fabricar los
órganos.
Además de solucionar el problema de la cantidad
disponible, se eliminaría la posibilidad de rechazo, ya que la vía
principal de investigación se dirige a hacer crecer recambios a partir
del propio tejido del paciente. Hasta ahora se han obtenido corazones
que laten, músculos que se contraen y pulmones que intercambian oxígeno y
CO2. El hospital Gregorio Marañón de Madrid tiene en marcha el proyecto
SABIO, dirigido a regenerar un corazón.
Pero todos estos ensayos
constituyen los inicios de un camino que aún se dibuja largo y
tortuoso. Matesanz ve improbable su éxito para algunos de nuestros
componentes: “El riñón tiene una estructura morfológica muy compleja, y
el corazón funciona rítmicamente 24 horas, 365 días al año, y una cosa
es que lata y otra que dure”. Incluso si se consigue, el director de la
ONT ve un gran obstáculo en el proceso de investigación: “¿Quién va a
ser el elegido para probar un corazón de estos, y en concepto de qué?”
Células madre
La prudencia también debería presidir otra forma de trasplante con una
amplia vía de expansión por delante: las terapias con células madre. Su
indicación mayoritaria demostrada es el tratamiento de procesos
hematológicos, pero se está investigando en muchos otros campos.
Matesanz considera que aquí hay que extremar las precauciones: “Porque
se desconocen sus efectos secundarios a largo plazo”. La posibilidad de
que su proliferación genere tumores es un riesgo razonable.
Sin embargo, las estrictas normas de control de EEUU y Europa han llevado a muchos científicos a trasladar sus investigaciones a países de América Latina donde nadie les pide cuentas. “Así ha surgido el turismo celular, que es un problema muy serio”, advierte el director de la ONT. Personas con paraplejia, por ejemplo, se ofrecen para que las traten con células madre embrionarias. El trasfondo de esta situación es la misma desesperación que fomenta el tráfico de órganos.
No cumplir la ley
En
España, pagar por ellos es un delito. Pero la práctica clínica va más
allá en el respeto a la sensibilidad que rodea este tema. Por ejemplo: a
pesar de que, según la ley, todo aquel que no se haya manifestado en
contra en vida es donante, ningún médico toma como tal a un fallecido
sin consultar a nadie.
“Siempre se pregunta a la familia, y ellos tienen
la última palabra”, aclara Ángel Salvatierra, que alaba esa política de
la ONT. En el caso de los tejidos compuestos, “debemos solicitarles
específicamente cada tejido, e informarles de cómo se va obtener, cómo
se les va a devolver el cadáver y cómo se va a tratar la información
relativa al paciente”, explica Juan Pedro Barret, quien dirigió el
último trasplante de cara en Vall d’Hebron (Barcelona). Para
Salvatierra, la consideración, la transparencia y la delicadeza “ayudan
enormemente al proceso de donación”. Al fin y al cabo, a quien vaya a
recibir un trasplante le gustará saber que quienes le abren el cuerpo
profesan un exquisito respeto por el ser humano.
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