Cuando mi endocrino habla mal de los intereses de las farmacéuticas, a veces pienso que exagera, pero hoy creo que se queda corto.
Iba a copiar en el blog una noticia de EFE sobre las declaraciones de un médico panameño, que dice que los hispanos somos los que peor lo pasamos con la hepatitis C. Ay, que miedo. La enfermedad silenciosa la llama. En fin, así llamaban en mis tiempos a la diabetes. Luego descubrí que la hiperfosfatemia (vale, lo pongo en azul por si aquí entra algún paciente ponderado listillo que quiere saber) también era llamada así. Menos rollo. Si un médico nos dice que hay muchas enfermedades que no dan ni ruido, pero que te matan, los pacientes andaríamos todos pidiendo análisis hasta del ADN del perro. Eso es caro, así que aceptemos lo que hay: si queremos vivir más, mejor prevenir que andar temiendo tener de todo.
Pero a lo que iba: la noticia de EFE que no permiten copiar. Un médico que dice desde Nueva York que los hispanos y la hepatitis C son como la levadura y la harina. Que viene el lobo. Como no hay hispanos en esa ciudad... Y claro, al final del artículo lanza el palo con el que librarte del lobo: nuevos medicamentos. Ya le vale.
En esto de la Salud, los que sufrimos nos dejamos engañar con tal de mejorar. En esto de la Salud hay mucho sinvergüenza. No sólo farmacéuticas. Médicos sin escrúpulos y peseteros también conozco. Recuerdo a mi oculista, hace miles de años, en la Sanidad Privada. Aprovechó que iba con mi padre, cosa que nunca pasaba, para decirle a bocajarro que si no me daban láser, en menos de cinco años me quedaba totalmente ciega. Y mi padre se puso a llorar.
Entonces mi oculista era un señor de oriente medio muy grande, muy amable y simpático, que te daba confianza, pero hoy le veo más como ese de la manta en el suelo, barato, barato del todo. Delante de mi padre, aprovechando que era quien manejaba el dinero, le dijo que "la niña, si sigue así, en cinco años se queda ciega, y hay que llevarla al mejor sitio, ¿verdad?". El mejor sitio para un pesetero es donde más le den.
Dos veces vi llorar a mi padre. Entonces, porque no soportaba la idea de verme ciega, y cuando debuté con mis catorce años. Su madre, mi abuela, había muerto "por una bajada de azúcar". Él venía conmigo también cuando nuestro médico de familia comentó que "aquello" tenía pinta de ser diabetes. Pasado un tiempo, tan mal como me encontraba, vino hacia mi y queriendo darme ánimos me habló que pensara que había cosas peores, y todo eso que cuentan los padres. Yo le pregunté "papá, pero por qué a mi", y se dio media vuelta para que no le viera llorar.
Él no podía engañarme, ni robarme una verdad, como roban todos los demás. Las farmacéuticas y sus lobos, los médicos comisionistas, ... y sobre todo los demás pacientes. Sí, sí, pacientes, coño. Que en mi cumpleaños, hace nada, me regaló mi marido un perfume estando ingresada, y desapareció. Leches, allí sólo estábamos pacientes. Pero eso es una minucia si lo comparamos con los que almacenan medicamentos caros que nunca van a tomar, porque tienen recetas rojas (gratuitas); aquellos que se aburren los domingos y van a urgencias obligándonos a los que estamos graves a esperar cinco horas; o los que nos roban la paciencia gritando en las salas de espera, con frases más grandes que ellos mismos, acusando a la Sanidad de lo mal que va. Roban todos. De distintas maneras.
Mi endocrino, que está harto del sistema, sigue atendiéndome, y gracias a él estoy viva. Mis cirujanos, lo mismo. Mis enfermeras, mis auxiliares... Ellos me han regalado los años que llevo ganados robándoselos a la guarra de la guadaña. Soy la tía de la fortuna gracias a los "robos" que otros hicieron por mí para seguir aquí. Pero esos son los robos magníficos que hace grande a nuestra especie. Los otros, joder, lo hacen hasta los monos en las jaulas con los cacahuetes del mono de al lado.
¡Que viene la hepatitis C!¡que viene!, pero si puedes, cómprame Telaprevir y Boceprevir. Monos, más que monos.
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