José Luis nos ha dado permiso para colgar aquí, en nuestro espacio, su Diario de una enfermedad, después de pedirselo personalmente. Creo que lo que él cuenta y siente es común a muchos de nosotros. Duele aún leer en otro lo que hemos sentido antes de nuestro trasplante, durante o después. Lo bueno es que nosotros ganamos la batalla y somos unos afortunados.
Gracias, José Luis, por prestarnos tu historia, tu vida.
Beatriz González Villegas.
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Diario de una enfermedad:
"El Descenso a los Infiernos" (1).
Son las tres de la madrugada. Las pesadillas se acumulan en mi mente y el cansancio en mi alma. Lourdes, hace muy poquito que se ha quedado rendida después de oírla llorar una noche más. Sus lágrimas corrían por sus mejillas como un rio desbordado en un silencio oscuro y sepulcral.
Me levanto muy despacito para no alterar su sueño. Primero un pie, después otro y tomo impulso para poder levantarme.
A mis treinta y siete años es imposible que me canse tanto. Me duele hasta la propia vida. Son ya casi ocho meses de espera, doscientos cuarenta días, cinco mil setecientas sesenta horas esperando. ¿Y qué es lo que espero? Espero algo que está abandonando un agonizante cuerpo, energía que huye despavorida porque no quiere permanecer por más tiempo en un organismo que está muriendo. Espero VIDA.
De pie, al lado de la cama me vuelvo a mirar la tripa y me da por reír. Parezco una mujer embazada de ocho meses, el mismo tiempo que llevo de espera. El dolor por culpa de mi ascitis es constante en mi ombligo, en mis hinchados tobillos y es que ocho litros de líquido retenidos en tu cuerpo es demasiado para cualquiera.
Salgo de la habitación a oscuras, que es como tengo mi cerebro debido a tanto amoniaco acumulado y me pongo a pasear por el pasillo. Cuento los pasos, recuento las baldosas. Maldita Hepatitis B y maldita Cirrosis. Pero de nada vale recordar y hago un verdadero esfuerzo por controlar mi mente. Apenas he podido cenar y ya son muchas noches sin comer, muchos días observando en el espejo mi maltratado cuerpo famélico.
Comienzo a recorrer el corto de pasillo que existe en mi casa, que a mi se me hace como una maratón con sus veinte kilómetros. Una noche más, abro la puerta de la habitación de mis hijos. Los vuelvo a besar y me despido una vez más de ellos. Uno no sabe cuándo puede ser la última vez y más cuando siente el glacial aliento de la parca en la nuca. Siento el calor que desprenden sus dulces mejillas en mis fríos labios. Me emociono pero no me queda ni fuerzas para derramar ni una sola lágrima. (Suspiro).
Algunas veces he pensado muy seriamente en la muerte, en el más allá que tenemos idealizado, porque morir y no poder seguir viendo a los tuyos, sin disfrutar del calor de su vida, de sus conversaciones, de sus sonrisas, de su compañía…. es lo más duró que le espera a un agnóstico convencido como yo.
¡Dios, ocho meses y el puto teléfono sin tocar su dulce melodía!
Vuelvo en sigilo a mi cama junto a mi compañera de fatigas. Espero que mañana sea otro día y que el amanecer me traigas nuevas esperanzas, aunque el destino se me ha tornado de color marrón.
¡Hasta mañana!
Un saludo.
"Un largo Camino" (2).
¿Qué te ocurre José Luis? ¿Por qué tienes esa mirada perdida? Deja de una vez el interruptor de la luz y cesa de pasear por el pasillo.
Mi mente había amanecido llena de una espesa niebla que no me dejaba observar lo que ocurría a mí alrededor. Un José Luis infantil se hizo con el control de los mandos de mi imaginación, como un juguetón y travieso duende del bosque que no atendía a las órdenes de sus superiores.
Después de una noche durmiendo bajo los efectos psicóticos de las toxinas acumuladas en mi cabeza, lo primero que me encuentro es a mi cuñada Paloma sujetándome el brazo y diciéndome: “José Luis, vente para acá conmigo ¿no ves que no estás bien?” A lo que yo respondía insistentemente: “Que estoy bieeeen”.
Todo mi afán era zafarme de sus garras y caminar hacia el cielo donde encontrar de una puta vez el descanso eterno.
De repente oigo una voz muy familiar, angelical, que me aporta seguridad y voy siguiendo su melodía como los pequeños ratones que siguen al Flautista de Hamelin. “Cariño, no estás bien. Tómate este jarabe que nos vamos para el Hospital de Murcia”. En un momento de lucidez extrema afirmo con la cabeza, como el que busca cariño y compresión hacia una maldita Encefalopatía Hepática.
Mis pensamientos navegan en un gran barco sin un rumbo fijo y movidos por una gran tempestad que me invade. Las imágenes se acumulan fotograma tras fotograma en mis neuronas. Mis recuerdos infantiles hacen su aparición: la emoción de mi rostro al contemplar mis primeros Reyes Mayos, mis amigos de juegos escolares, mis sueños de hacer felices a mis padres, mi primer beso de tierno amor….Todas estas evocaciones se combinan con pequeños retazos de lucidez donde oigo al navegador: “Ha llegado a su destino, Hospital Universitario Virgen de la Arrixaca”. ¡Curioso destino!
En las admisiones de urgencias, Lourdes comenta mis datos y explica que estoy en lista de espera para un trasplante de hígado. Me ponen una pulsera identificativa que será mi compañera durante los próximos doce días.
Los galenos comienzan con su meticuloso trabajo: analíticas, radiografías y yo minuto a minuto comienzo a tomar nuevamente consciencia de la realidad. Mis dulces sueños han desaparecido y me encuentro rodeado de batas blancas y verdes que me inundan a preguntas.
Tras una larga espera, la doctora Cristina, médico residente de la Unidad de Digestivo, decide ingresarme tras deliberar mi caso y a las siete de la tarde me suben a la Tercera Planta Derecha (Cirugía Mayor), donde quedo recluido y privado de salud y libertad. Ha sido un día muy largo e intenso, pero sólo es el primer día de un duro camino.
Un saludo.
"Reflexiones en el Hospital" (3).
Los sueros comienzan a realizar su preciso trabajo navegando por mis venas, diluyéndose en mi sangre y mi organismo comienza a reaccionar. Observo atentamente el continuo goteo del líquido y hago una analogía con la propia existencia. Nuestra ínfima vida es un continuo fluir que se mezcla en el conjunto del universo, donde dejamos nuestra pequeña huella. Mis ojos comienzan a humedecerse por el pensamiento y le comento a Lourdes: “Ya ves, también me canso de ser hombre”.
El lunes día diecisiete, recibo a primerísima hora de la mañana la visita del Doctor D. Manuel Miras, de la Unidad de Digestivo, que es el médico que estudia mi caso desde que pasé a engrosar la larga lista de personas que esperan el trasplante de un órgano. Su característico humor inglés va a la par de su profesionalidad y dilatada experiencia. Sus continuas visitas a mi habitación y sus animadas conversaciones hacen que mis días sean menos ásperos.
El hospital es una pequeña ciudad llena de vida y de muerte y sobre todo de mucha fuerza y lucha por la supervivencia. Todas sus plantas están llenas de gente valiente y entre ellas, se encuentra mi compañero de batallas Sergio, de la ciudad de Cartagena. Son cientos las enfermedades que aguardan detrás de una puerta para poder llevar el miedo y la desesperación a nuestras familias, y de ello saben mucho los padres de Sergio.
En mi forzosa reclusión y encerrado entre cuatro paredes, observo con cierta melancolía y nostalgia, la luz solar que penetra por mi ventana, reviviendo la sensación de libertad y el contacto con la Naturaleza que me proporcionaba mis salidas con la bicicleta. Y ahora, en este peregrinar por mi vida soy consciente de que no hay que ir muy lejos para comprender, que el mayor tesoro de un ser humano se encuentra en su propia casa, en las personas que nos rodean y en uno mismo.
El día diecinueve por fin, soy trasladado a la Tercera Planta Centro, conocida en el Hospital como la planta "Chanel", debido a su tranquilidad y restricción. Con este traslado el camino a nuestra meta se va aproximado.
P.D. En ésta nota, quiero hacer especial mención al Cuerpo de Enfermeras del Hospital Universitario "Virgen de la Arrixaca", por su empatía, cariño y atenciones hacia mi persona. Decia Joan Manuel Serrat en una de sus canciones que a las enfermeras hay que tratarlas como si fueran nuestras madres, porque cuando estamos enfermos son ellas las que velan por nosotros.
Un saludo.
"El Regalo de la Vida" (4).
¡José Luis!, ¡Despierta, José Luis! Estaba sumergido en un sueño profundo y dulce. En él aparecía el espejismo de mis abuelos acompañándome por un estrecho sendero en el bosque. Muy cerca de la senda llegaba el eco del discurrir del agua en su marcha inexorable hacia el mar.
¡José Luis!, ¡Tengo una noticia para ti! Abro con pereza mis cansados ojos y me encuentro con José, la enfermera del turno de noche y Rosa, Coordinadora de la Unidad de Trasplantes. La observo con mucha extrañeza pues no es normal que ella acuda a nuestra habitación. Educadamente y con una sonrisa de VIDA nos comunica: “Tengo una noticia para vosotros. Tenemos un donante compatible para ti”.
Las palabras no podían saltar de mi boca mientras asimilaba la nueva. Después de un corto mutismo donde no perdía de vista las pupilas de Rosa, le repetí varias veces: “¿De verdad?” A lo que ella con lágrimas en los ojos me contesto: “Pues claro que sí y sabes por qué, porque te lo mereces”. Después de la emoción que me causo la noticia, le comenté que diera las gracias de todo corazón a la familia donante, y que desde ese día, firmaba un contrato en blanco y sin letra pequeña con ellos, para honrar la memoria de su ser querido y trabajar para promover la donación de órganos como medio para salvar vidas. Ella asintió emocionada y me dijo: “No me hagas llorar más, que ya he tenido demasiadas emociones esta mañana”.
Las enfermeras comienzan a cumplir con su protocolo de trabajo en la preparación para un trasplante. ¡Listo! Un celador me saca tumbado en la cama de la habitación en dirección a la sala de operaciones, donde Lourdes me acompaña hasta la puerta del quirófano. Bese el nectar de sus labios con la poca energía que albergaba mi alma y le prometí que se quedara tranquila, que nos volveríamos a ver. Ella, con un gesto de ternura, posó su mano sobre mi mejilla y acariciandola de manera muy suave y lenta, me indicó con sus pupilas vidriosas que me iba a estar esperando. (Suspiro).
Se abren las puertas del quirófano donde me deslumbran sus grandes focos y el frío penetra en mis entrañas. Un grupo de enfermeros vestidos de verde "el color de la esperanza", mascarillas, gorros y guantes me dan la bienvenida. Soy ubicado en la mesa de operaciones donde encuentro una calidez inusual, debido a una manta térmica que mantiene mi cuerpo a la temperatura adecuada.
Acercan a mi rostro una gran máscara de oxígeno, mientras los narcóticos ejecutan su trabajo de forma precisa y rápidamente me introduzco en una profunda somnolencia. Dos horas y media después, desfilo ante la presencia de mí angustiada familia con la esperanza y el convencimiento de la nueva etapa que vamos a emprender todos JUNTOS.
PD: El sentido de agradecimiento que tenemos las personas trasplantadas a las familias donantes es infinito. Con el gran gesto de AMOR de regalar VIDA a través de la donación de órganos, me han arrancado de la mismísima muerte y se me ha concedido el regalo más hermoso de este mundo: VIVIR.
GRACIAS.
José Luis Sevillano Calero.
Podéis leer este relato en el facebook, en las notas de José Luis Sevillano Calero.
DISFRUTA LA VIDA QUE DIOS TE HA REGALADO Y BENDITO SEA, QUE TE DIO LA CHANCE DE SEGUIR JUNTO A LOS TUYOS, NO DESPERDICIES NI UN SOLO MOMENTO DE TU VIDA. BENDICIONES.
ResponderEliminarA MI TIO ADORADO,DIOS, SE LO LLEVÓ HACE UN AÑO, POR UN MALDITO CANCER DE PANCREAS
Gracias por tu comentario, por entrar en nuestro blog y por superar la pérdida de tu tío con esa fuerza.
ResponderEliminarSeguiremos en contacto en el FB.
Saludos cariñosos!
Bea.