Asociación de Trasplantados de Páncreas.

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domingo, 6 de noviembre de 2011

Entrevista al sacerdote Fernando Esteban Arias

Entrevista al sacerdote Fernando Esteban Arias

04/11/11 |“No todo lo que es legal será para mi ética cristiana lícito”
Fernando Esteban Arias es sacerdote católico y especialista en bioética. Nació el 15 de octubre de 1957 en Gualeguay y se consagró sacerdote el 1º de diciembre de 1989.
La primaria la cursó en el Colegio San José y finalizó la secundaria en el Instituto San Vicente de Escobar, provincia de Buenos Aires, porque a los 16 años decidió salir a trabajar y ganarse la vida.
Su formación religiosa le viene del hogar y siempre tuvo vínculo con alguna parroquia. Fue misionero, especialmente en Santiago del Estero hasta que abrazó la vocación sacerdotal.
El padre Arias dialogó ayer a la siesta con EL ARGENTINO sobre algunos temas que se presentan actuales o en agenda pública como el aborto, el buen morir con dignidad y la bioética, pero que atraviesan la vida humana desde siempre.

-¿Cómo le nació la vocación sacerdotal?

-La educación en la fe la tuve desde siempre, principalmente desde el hogar. También fue importante la formación cristiana que tuve en el Colegio San José de Gualeguay. Y en el Instituto San Vicente, donde finalicé la secundaria, me sumé a un grupo misionero. Íbamos a misionar en enero a Santiago del Estero y además teníamos apostolados en los barrios de Escobar, en Garín, en alguna villa. Y como fruto de estas misiones y apostolado fui madurando la vocación sacerdotal. Ingresé al seminario a los 20 años.

-El misionero reconoce las necesidades fuera de su frontera y no suele misionar en su propio territorio. Tiene que salir, diríamos, “a otro mundo”.

-La actividad misionera suele tener esta dimensión imaginaria, fantasiosa, que en la otra realidad descubre más necesidades que en la propia. Pero ocurre eso porque simplemente no ha puesto la mirada en la propia y alrededor, cerca de uno hay tantas o más necesidades que lejos. Y eso lo pude apreciar en las misiones del monte en Santiago del Estero y en el impenetrable chaqueño. Podría decir que hay más necesidades aquí que allá. Y también ocurre que si bien la solidaridad es una obligación y no una opción, en muchos hay que motivarla. Y las misiones son necesarias, porque construyen puentes en las diferentes realidades. Normalmente, quien fue a misionar terminó “misionado”, si vale el término. Como misionero puedo decir que recibí más de lo que fui a dar. Todo misionero, más allá de su obra, se ha sentido en deuda con la comunidad a la que ha sido enviado. Y en el misterio de la Iglesia, decimos que es una Iglesia que se evangeliza y es evangelizadora. Y los que salimos a evangelizar regresamos más evangelizado gracias a quienes hemos llevado la Palabra.

-Y como cura le pasa eso de ser evangelizado…
-Muchísimas veces y de manera reiterado. Siempre me pasa. Y desde el comienzo nos enseñan a tener un espíritu de gratitud, que muchas veces surge desde las circunstancias de vida de ellos. Por ejemplo, volviendo a Santiago del Estero, recuerdo tener que ir a comprar un remedio de manera urgente y la farmacia más cercana estaba a 90 kilómetros y lo debí hacer haciendo dedo, esperando que pasara un vehículo. Y no había siquiera un charco para calmar la sed. En esa ruta, lo tengo patente, recuerdo haber valorado como nunca la bomba de agua de mano de mi casa de Gualeguay, que nos daba un agua fresca, transparente y dulce y tal vez me quejaba por no tener una gaseosa en la heladera y en esa niñez no valoraba esa agua tan saludable y tan a mano. Uno aprende a valorar más, aprende a valorar la vida. El hombre de monte está en contacto con la naturaleza y esa naturaleza es proveedora de toda su existencia. Incluso en época de sequía larga, ofrece un árbol que tiene un fruto que los adultos enseñan a los niños a masticarla para calmar la sed y evitan la deshidratación. Y lo que es más importante, están en armonía con la naturaleza, conviven con ella, no la violentan y la naturaleza es la Madre de todos.

-Se puede concluir que no todo progreso tecnológico es progreso para la humanidad.

-Exactamente. El único sujeto del progreso es el hombre. Puede haber algo que técnicamente hoy nos facilite las cosas, pero puede ser que vaya en contra del hombre mismo. Con esto no quiero decir que hay que estar en contra de la ciencia y la técnica ni nada que se le parezca. Es más, podemos asegurar que los avances científicos dan respuestas a la vida humana y es altamente ventajoso para el hombre. Pero también tenemos que decir que una ciencia sin conciencia, por más que sea visto como un avance, no necesariamente es progreso. Todo lo que deshumaniza no es progreso ni menos desarrollo para el hombre.

-¿Usted plantea de alguna manera que toda ciencia debe tener un alma?
-Sí. Es así. La ciencia debe tener un alma. Y el auténtico científico es el que valora el espíritu de la ciencia. La ciencia no debe negar la dimensión trascendente del hombre. El hombre es un ser corpóreo espiritual, tenga o no fe. La dimensión espiritual está en el hombre, en su inteligencia, en su capacidad de amar, en su sentido de trascendencia, en su sed de conocer a Dios. En todos los órdenes de las relaciones humanas hay que tener cuidado si lo técnico, lo científico, aquellas posibilidades que hoy tenemos nos acercan o nos alejan del prójimo.

-¿Puede poner un ejemplo?
-Tengo varios, pero lo voy a graficar con el más reciente. La vez pasada me llamó la atención que dos amigos estaban chateando entre sí, pero en el mismo ciber, máquina de por medio. Les pregunté si no era mejor dialogar cara a cara, sentados en la vereda. Y no, prevaleció el furor de ir a un ciber. Y si bien la informática es un avance inconmensurable para las comunicaciones, es indudable que si se la utiliza para despersonalizar las relaciones, empobrece. Y esto sirve para todas las relaciones, incluso las pastorales. Hay que pensarlo, reflexionarlo para no perder lo que nos hace más humanos.

-Vivimos un mundo más veloz, más complejo, más injusto… Tiene la violencia de lo absoluto. Y no se suele tener herramientas para convivir con todo esto.

-Me quedo con la frase que este mundo tiene la violencia de lo absoluto. Podemos poner ejemplos donde la imposición de una ideología, de una creencia religiosa, es una violencia de lo absoluto. Creo que estamos en un momento de la vida donde tenemos que aprender a consensuar, tenemos que aprender a dialogar, a escucharnos. Debemos aprender a vivir en una cultura que es secular, pluralista y diversa. Y la violencia de lo absoluto la pueden padecer cualquier persona, el Papa, un presidente, a cualquiera. Es un tiempo donde debemos reflexionar, en la temática en la que cada uno se desenvuelva, de manera interdisciplinaria y fundamentalmente desde la humildad y el saber escuchar al otro; caso contrario será muy difícil llegar a un acuerdo.

-¿Cómo evitar caer en el extremo del relativismo al rechazar lo absoluto?
-Precisamente es fundamental saber consensuar. Y saber consensuar es saber “sentir con”. Y para ello no se debe presentar mi verdad como la única y el otro tampoco lo debe hacer como lo único. Hay que saber encontrar los puntos que se tienen en común y para ello es vital el consenso, la diversidad, vivir en un mundo plural, sin imposiciones. A veces me llama la atención cuando se debaten algunos temas en la televisión y en una ronda de personas que piensan distinto, todos hablan, a veces a los gritos, todos quieren imponer su verdad, pero nadie escucha al otro. Al final del programa, el conductor dice hemos consensuado sobre equis tema y en realidad no consensuaron nada, porque cada cual dijo lo suyo y de la peor manera y nadie escuchó al otro. Y como cristianos, lo digo especialmente, debemos aprender a vivir escuchando al otro. Porque no sólo el mundo está distinto, la fe vivida también es distinta y se la vive no desde el dogmatismo o desde imperativos, sino que vive la fe, no a su manera, sino desde el corazón y siempre firme en Dios. Por eso me gustó mucho la frase que se publicó en EL ARGENTINO de monseñor Justo Laguna, refiriéndose al divorcio e instando, más allá de la ley que autoriza el divorcio, a que los católicos no se divorcien (Nota de la Redacción: La frase de monseñor Laguna fue dicha en 1987 y publicada en la edición de ayer y dice textualmente: “El divorcio es un mal para los católicos, y no podemos imponer en una sociedad plural una ley que toca a los católicos. Son los católicos los que tienen que cumplirla y no el resto”). Cuando Laguna pronunció esa frase, a muchos les habrá resultado revolucionaria y ciertamente hoy lo sigue siendo. Por eso es una tarea de la Iglesia, un aporte que puede dar desde una cosmovisión cristina, en temas relacionados al aborto a inseminación artificial, entre otros temas. En otras palabras, aunque exista la posibilidad técnica de fecundar un bebé en un laboratorio y aunque exista una ley que lo promueva o exista una ley que permita el aborto, es el católico el que no la debe practicar. Entonces, cuando se tiene una conciencia formada, no todo lo que es técnicamente posible será para mi ética cristiana permitido, ni todo lo que sea legal será para mi ética cristiana lícito.

-¿Esto significa que cada uno viva como quiera?
-En absoluto. Significa que al otro que piensa distinto a mí, le puedo ofrecer mi forma de pensar. La Iglesia es Madre y es Maestra y cuando la Iglesia dice algo, hay que preguntarse por qué lo dice y en qué contexto lo hace. Mi deber como sacerdote es enseñar el Magisterio de la Iglesia. Pero, a veces en la Pastoral debemos escuchar a quien no está preparado para vivir todo lo que el Magisterio de la Iglesia dice. En la vida de la comunidad cristiana existen un montón de personas que viven su fe con transparencia, con sinceridad, pero también con algunas formas de pensar diferente.

-Puede dar un ejemplo concreto de ese desafío pastoral…

-Hay un tema que me llama mucho la atención. Hoy es posible ayudar a los matrimonios que tienen problemas de infecundidad o de infertilidad. Es infecundo cuando el espermatozoide no puede naturalmente fecundar un óvulo. Y es infertilidad cuando la mujer no puede llevar el embarazo en su vientre. Hay algunos matrimonios que puede acceder a algunas de estas técnicas, pero saben que el Magisterio de la Iglesia es clara al prohibir toda técnica de fecundación artificial, tanto en la inseminación artificial como en la fecundación in vitro, no las autoriza. Y no las permite porque hay dos dimensiones de la sexualidad que hay que respetar y que son: la dimensión unitiva y procreativa. Pero algunos matrimonios nos plantean que la ciencia les permite tener un hijo en esas condiciones, incluso habría un marco ético mínimo constituido por un matrimonio heterosexual, con los gametos de ambos cónyuges, transfiriendo al útero la cantidad de embriones que se fecunden, evitar la congelación de embriones, evitar la selección embrionaria e incluso si se hiciera un diagnóstico pre implantatorio aceptar al hijo que puede venir con alguna enfermedad por herencia genética. Y plantean que tienen derecho a tener ese hijo. Obviamente todo esto va en contra del Magisterio de la Iglesia, sin embargo tengo que tener capacidad de escuchar ese planteo, que tuvo confianza de contarme su dolorosa experiencia de no tener un hijo, que en confidencia me dicen: “Le estoy diciendo a Dios lo que vamos a hacer y lo que no vamos a hacer”. Ciertamente en la Pastoral hay que aclararle bien lo que dice el Magisterio de la Iglesia, pero igualmente muchos cristianos se manejan con esa conciencia que objetivamente lo que marca la Iglesia no lo pueden cumplir, subjetivamente saben que eso que se van a permitir hacer lo harán con conciencia obligante, es decir, se harán responsable de lo que se harán. Y como pastor no estoy autorizado para decirles sí lo pueden hacer o decirle no, no lo hagan. Dejo que las personas se manejen con conciencia, con responsabilidad y con libertad.

-¿Es consciente que muchos pueden pensar que está diciendo una barbaridad?

-Sí, soy consciente de ello. Muchos católicos fundamentalistas pueden pensar eso. Pero es lo que vivimos en lo cotidiano, es la realidad que debemos enfrentar y dar respuestas. La Iglesia enseña que todo método anticonceptivo artificial es por si mismo deshonesto. Dentro de nuestros matrimonios católicos, que tienen una vida de fe práctica y constante, son muchos los que recurren a un preservativo no abortivo por diferentes causas. A ellos no les puedo decir no lo usen o alentarlos para que lo hagan. No me corresponde. Sí me corresponde aclararles qué dice el Magisterio de la Iglesia, explicarles por qué lo dice y para qué lo dice. Y después dejar en las personas la libertad de obrar en conciencia, con responsabilidad y con libertad.

-Como sacerdotes también les debe pasar lo mismo que al laico, en esto de no poder vivir a pleno lo que les pide la Iglesia…
-Exacto. No hay que escandalizarse por eso. La Iglesia nos pide que vivamos en la pobreza, en la castidad y en la obediencia como sacerdote. Y si me preguntan si las vivo plenamente, debo responder que no. ¿Y qué son? ¿Pequeñas concesiones? ¿Ser relativista? No, de ninguna manera. Es decirle al Señor: no puedo darte el 100 por ciento, pero te ofrezco todo lo que tengo que puede ser el 80 ó el 90 por ciento. Y esto no es formar un magisterio paralelo o formar conciencias individuales, es simplemente a lo que tenemos que acostumbrarnos a formar nuestras propias conciencias. Este tema lo dialogamos permanentemente entre los sacerdotes, porque los desafíos pastorales son muchos y el mundo es complejo. Y en estos desafíos hay que evaluar cómo se vivía ayer, cómo se vive en la actualidad y cómo debemos prepararnos para el mañana.

-¿La bioética es solamente para los médicos? ¿Los pacientes y los familiares no tienen nada que ver?
-La bioética tiene una rama que es la bioética clínica y precisamente no está pensada solo para médicos, sino que hoy toda la comunidad tiene participación en la reflexión bioética. Esta ciencia, que nace en la década del ´70, lo hace por los desafíos en las decisiones que implica el comportamiento humano en torno a la salud y a la vida en general. En la bioética clínica entran temas como el aborto, inseminación artificial, suicidio asistido, ética de la sexualidad, trasplante de órganos, entre otros. Y en todos estos temas, el común de la gente se los tiene que plantear.

-Además hoy en la relación médico paciente, el paciente es el que debe asumir la decisión.
-Exacto, hay un nuevo paradigma en esa relación. Antiguamente, el médico podía decidir por el paciente de manera paternalista o absolutista. Hoy en día no es así, porque quien decide es el paciente. El médico puede hacer las veces de maestro, de guía, de contenedor y no un mero técnico; y el paciente tiene el protagonismo. Por eso hoy la práctica médica exige, por ejemplo, el consentimiento informado, las voluntades anticipadas o el testamento vital, donde cada uno de nosotros tomamos decisiones sobre qué hacer con nuestro propio cuerpo. Y es lícito negarse a utilizar técnicas de intervención desproporcionadas o el popularmente conocido como encarnizamiento médico u obstinación terapéutica. Es lícito negarse a terapias complejas cuando no hay certezas de un pronóstico de recuperación aceptable de la salud. Esto se llama limitación del esfuerzo médico y optar por los cuidados paliativos. Y aquí es muy importante tener en cuenta los valores y las creencias que cada sujeto tiene. No se puede violentar al paciente en contra de sus valores o de su fe.

-¿El buen morir está bien dicho?

-El buen morir es morir humanamente y en paz, y para el que es cristiano, morir cristianamente. Pero existe un morir con dignidad. Aquí sí vale decir que no existe la muerte digna. Existen personas dignas que le dan un buen morir a sus semejantes o existen personas indignas que le dan un mal morir a sus semejantes. El buen morir es morir con dignidad, es morir humanamente y en paz.

-¿Por qué cuesta tanto aceptar que la muerte es parte de la vida?

-La muerte siempre es un tema tabú. Y lo que es peor, en la actualidad nos acostumbramos a ver que muere gente y ya no nos llama la atención que mueran ocho personas o diez en determinado lugar. No pensamos en la muerte de los demás y mucho menos en la propia muerte. Y, sin embargo, la reflexión sobre mi propia muerte es imprescindible. Lo que ocurre es que esa reflexión sobre la propia muerte nunca es un monólogo. Es un coloquio con Dios o con alguien. Si la muerte la incorporo desde la perspectiva de la fe, obviamente que esa reflexión me convocará a un imperativo de vida, a una forma de vida. Si la muerte para mí es la descomposición última del cuerpo, eso me impera a vivir de una manera determinada: comamos y bebamos que mañana moriremos. Pero si incorporo mi muerte en el más allá, eso impera a vivir de una manera determinada, como aquel que está abierto a esperar. Y la forma que tenga de pensar la muerte es la forma que voy a tener de vivir.

-Es común escuchar que mientras hay vida, hay esperanzas…

-He escuchado esa frase muchas veces a lo largo de mi vida. Pero, en realidad, desde una perspectiva cristiana, para aquel que cree en la resurrección es al revés: mientras hay esperanza, hay vida. Y aunque una persona muera, vivirá eternamente junto a Dios.

Diferencias

-Es oportuno marcar una diferencia: ante un método anticonceptivo se puede tener una postura con respecto a la sexualidad, pero frente al aborto la postura es frente al don de la vida…
-Es así y hay que tener mucho cuidado, sea uno creyente o no. Me gusta hablar estos temas más allá de que tengamos o no fe. Y aquí la reflexión, especialmente frente al aborto, debe ser interdisciplinar. Hay un dato desde la ciencia, desde el estatuto biológico del embrión humano que dice que esa célula, huevo o cigoto, tiene todo el ADN, todo el mapa genético de lo que va a ser ese individuo y no otro y ya se manifiesta el don de la vida desde ese preciso instante. Algunos proyectos pro aborto hablan del pre embrión, pero ese concepto no existe, del mismo modo no existe una mujer pre embarazada. Se está o no embarazada. Y la vida hay que respetarla, se tenga o no fe. Que ese embrión sea o no persona, pertenece a una categoría filosófica, pero sigue siendo una vida y hay que respetarla. Y desde lo teológico se enseña que ese embrión humano tiene alma espiritual desde el primer instante de su concepción. Ese estatuto biológico no me habla desde la fe, sino desde la ciencia y me indica que hay vida en el instante preciso de la concepción.

-Entonces está mal decir que hay interrupción del embarazo cuando se elimina ese embrión humano.
-Está muy mal expresado de esa forma. Es un eufemismo decir que hay una interrupción del embarazo, porque se le pone fin a una vida humana. Y esto no está dicho desde la fe, sino desde el estatuto biológico. El aborto es matar una vida y no hay otra forma de expresarlo, que esa. Pero quiero profundizar algo que me parece importante, porque esta entrevista la puede leer una adolescente que fue obligada por sus padres o las circunstancias que fuera a abortar, cuando no tenía consciencia de lo que era una relación sexual, de lo que era un embarazo y mucho menos de lo que era un aborto. Y cuando a esa chica, años después, se le dice que fue una asesina, le estamos poniendo un mote que es trágico. Ya lleva en su conciencia el dolor de un aborto obligado y personalmente no tengo la fuerza o la debilidad en todo caso para tratarla como asesina. Si bien objetivamente todo aborto es matar una vida humana, las vivencias subjetivas son diferentes. Por eso hay que ser cuidadoso con eso. Toda mujer que aborta mata una vida, pero antes de ponerle el mote de asesina primero debemos escuchar su conciencia. La actitud de la Iglesia no es señalar ni condenar, sino salvar al pecador, siempre.

Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL ARGENTINO ©
http://www.diarioelargentino.com.ar/noticias/99033/entrevista-al-sacerdote-fernando-esteban-arias

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