Exitoso y conmovedor trasplante entre cuñados
Durante un mes, Clarín compartió las vivencias de Sonia y Clodomiro, donante y receptor de un riñón. Un juez autorizó la operación por el afecto entre ambos.
Clarin.com
Por: Pablo Calvo
Clodomiro es pescador, Sonia es costurera. Él remaba entre la bruma: siete años en diálisis, por las impurezas de su sangre, y el bote que se le hundía. Pero entonces apareció ella, su cuñada, y le ofreció un retazo de su propia vida, el remiendo salvador, un riñón joven, que puso al navegante otra vez sobre las olas.
Las historias de amor y solidaridad no siempre son las de la tele. A veces son más silenciosas, circulan por los barrios, en la mesa de una familia, en un café con amigos. Y ésta es una de esas historias, que las hijas de Clodo, Gisela, Vanesa y Soledad, quisieron compartir con los lectores de Clarín.
Gisela escribió a la redacción el 19 de marzo pasado: "Hace un tiempo me puse en contacto con ustedes para pedirles datos sobre el primer fallo que habilitaba el trasplante entre cuñados, ya que mi papá se encontraba en la misma situación. Les cuento que nuestro fallo se dio en diciembre y pronto se va a llevar a cabo el trasplante. Es muy importante que estas noticias lleguen a la gente. La nota que publicaron ustedes el año pasado nos llenó de esperanzas. Ahora nosotras queremos transmitir lo mismo".
Y desde entonces, un fotógrafo y un periodista del diario entraron en contacto con los Morinigo, una familia de clase media trabajadora del norte bonaerense que se esfuerza por superar dificultades.
El primer encuentro fue una mañana, en Liniers. Clodomiro, 58 años, se subió a la balanza con la agilidad de un boxeador a punto de pelear por el título mundial: 81,300 kilos, macizo como un roble, listo para entrar en la sala de diálisis del Instituto de Nefrología del Oeste.Una camilla era el centro de su ring.
-¡Qué va a ser pescador este! Se va de joda y vuelve a su casa con pescados que compra en Carrefour. Si hasta se olvida de sacarle la etiqueta- lo distrae Ricardo, el técnico que lo conecta a la máquina que, durante cuatro horas, hace el trabajo de un riñón. Los pacientes comen facturas, miran tele y siempre están conectados. Dependen de la máquina para que su calidad de vida no se deteriore. De los barbijos brotan frases de aliento y promesas de festejos cuando lleguen los trasplantes.
El ingreso de los enviados de Clarín a esa sala intima les ayuda a pasar el rato. Tres mujeres y Clodo preguntan sobre el oficio y las peleas de la farándula. Viene la colación, mate cocido, y un sándwich. Y lástima que ninguno cumple años, porque la costumbre es comprar una torta para festejarlo.
"Una sola vez me alistaron para un operativo, pero estaba tercero en la lista de espera. Evaluaron hacerle el trasplante al primero, pero no se podía. Entonces quedé segundo. Me ilusioné, pero al mismo tiempo le deseaba suerte a la persona que había quedado en punta para la operación. Le tocó finalmente a él y yo me quedé un poco triste, mi posibilidad era una en un millón", relata Clodo, a punto de pesarse otra vez.
La balanza impresiona: 78,400. En ese rato, Clodomiro perdió 2,900 kilos. Pero se siente bien, con menos toxinas en el combustible que lo mueve, y se ofrece a llevarnos hasta su casa.
"Hay chicas que se marean, tienen náuseas, les baja la presión. Vi de todo estos años. A veces, algún compañero de diálisis deja de venir. Si preguntás qué pasó, te dicen que cambió de obra social o que se mudó.", dice Clodo, y el silencio es la señal de su decoro.
Con el brazo izquierdo vendado, hace señas de que va a tomar la General Paz y avisa que falta poco para llegar a Villa Martelli. "Mi cuñada los está esperando en casa. Es la esposa de mi hermano, es un regalo del Cielo, porque mis hijas se habían ofrecido también para darme el riñón, pero son muy chicas y primero tienen que tener familia. Sonia ya fue mamá. Vino un día y me dio la noticia, le di un abrazo que todavía recuerdo", se emociona.
El olor a guiso invade la casa. Lo prepara la esposa de Clodomiro, que se llama Angélica y es justicia que así se llame, porque es la protectora de este hombre que dice sentirse "un príncipe, por todo lo que me miman".
Ahora sí se asoma Sonia, 35 años, especialista en remeras, sonrisa tímida y decisión tomada: "Hace dos años, cuando lo vi a Clodo tan mal, me pregunté si yo podía darle mi riñón. Tomé coraje y lo resolví. Desde entonces, nunca cambié de idea. Tuve apoyo del psicólogo y de los médicos, que me explicaron al detalle los riesgos. Pero nunca aflojé. Yo quería ayudar a mi cuñado y aquí estoy". Y ahí está, haciendo los últimos trámites para la internación en el CRAI Norte (ex Castex), del Centro Único Coordinador de Ablación e Implante de la provincia de Buenos Aires (CUCAIBA). Sus hijos, Belén y Abraham, y su esposo Ramón, hermano de Clodo, la apoyan y la abrazan a cada rato.
La abogada que los acompañó se llama Flavia San Martín y tiene una particularidad increíble para la situación: nació con tres riñoñes. Ya no tiene ningún problema con eso, pero a cada rato cruza bromas con los Morinigo, de los que se está encariñando.
La expectativa de hacer el trasplante antes de Semana Santa se diluye, pero se confirma para el miércoles 7 de abril.
Viene Gisela desde Praga, donde trabaja como ingeniera de sistemas. Vanesa, profesora de inglés, y Soledad, diseñadora de ropa, despejan la agenda para estar allí, con la promesa común de tatuarse un árbol de la vida con la fecha del trasplante, si todo sale bien.
Es el día. El doctor Lorenzo Toselli comanda la intervención. Lo ayuda Silvina Aleman, que despejó el camino burocrático y dio ánimo a los Morinigo para llegar hasta aquí. Hay tensión al operar a la persona sana, a la "buena samaritana" de Sonia, como se la denomina en estos casos.
La nefrectomía izquierda se hace con sumo cuidado. Hay que preservar el riñón y sus vasos. El lavado con una solución de preservación y el enfriamiento del órgano, a cuatro grados, se logra rápido. Clodomiro espera dormido.
La conexión al nuevo cuerpo también se hace en los tiempos previstos.
Compresas de agua caliente apuran el proceso. Y el riñón de Sonia comienza a funcionar en Clodomiro.
El hombre hace pis de inmediato. Es la señal que los médicos estaban esperando.
Cuando Clodomiro despierta, le hacen señas con pulgares hacia arriba. La vida le empieza a dar una nueva oportunidad.
Le avisan que lo esperan 10 días críticos y seis meses de cuidados, para evitar cualquier rechazo. Y le confirman que, al menos en el primer tramo de la recuperación, no necesitará hemodiálisis. Clodomiro logra desenchufar su mente de la máquina que lo esperaba madrugada de por medio en Liniers.
Sonia y Clodomiro no pueden verse durante 16 días, pero tienen tantas ganas de abrazarse que, mientras esperan, se mandan mensajes de aliento en video.
Es viernes 23 de abril. Exactamente a las 17.25 se produce el abrazo, "¿Cómo andás, mi otro yo?", lo sorprende Sonia. Y siete años de angustia se transforman en un instante de felicidad.
Aparece Angélica, cuando no, con una torta y dos sidras, una sin alcohol, para la salvadora y el resucitado. Clarín tiene el honor de participar del festejo. Y Belén bautiza de nuevo a su tío: "Ni Clodo, ni Sonia, ahora sos Clonia".
Clodomiro es pescador, Sonia es costurera. Él remaba entre la bruma: siete años en diálisis, por las impurezas de su sangre, y el bote que se le hundía. Pero entonces apareció ella, su cuñada, y le ofreció un retazo de su propia vida, el remiendo salvador, un riñón joven, que puso al navegante otra vez sobre las olas.
Las historias de amor y solidaridad no siempre son las de la tele. A veces son más silenciosas, circulan por los barrios, en la mesa de una familia, en un café con amigos. Y ésta es una de esas historias, que las hijas de Clodo, Gisela, Vanesa y Soledad, quisieron compartir con los lectores de Clarín.
Gisela escribió a la redacción el 19 de marzo pasado: "Hace un tiempo me puse en contacto con ustedes para pedirles datos sobre el primer fallo que habilitaba el trasplante entre cuñados, ya que mi papá se encontraba en la misma situación. Les cuento que nuestro fallo se dio en diciembre y pronto se va a llevar a cabo el trasplante. Es muy importante que estas noticias lleguen a la gente. La nota que publicaron ustedes el año pasado nos llenó de esperanzas. Ahora nosotras queremos transmitir lo mismo".
Y desde entonces, un fotógrafo y un periodista del diario entraron en contacto con los Morinigo, una familia de clase media trabajadora del norte bonaerense que se esfuerza por superar dificultades.
El primer encuentro fue una mañana, en Liniers. Clodomiro, 58 años, se subió a la balanza con la agilidad de un boxeador a punto de pelear por el título mundial: 81,300 kilos, macizo como un roble, listo para entrar en la sala de diálisis del Instituto de Nefrología del Oeste.Una camilla era el centro de su ring.
-¡Qué va a ser pescador este! Se va de joda y vuelve a su casa con pescados que compra en Carrefour. Si hasta se olvida de sacarle la etiqueta- lo distrae Ricardo, el técnico que lo conecta a la máquina que, durante cuatro horas, hace el trabajo de un riñón. Los pacientes comen facturas, miran tele y siempre están conectados. Dependen de la máquina para que su calidad de vida no se deteriore. De los barbijos brotan frases de aliento y promesas de festejos cuando lleguen los trasplantes.
El ingreso de los enviados de Clarín a esa sala intima les ayuda a pasar el rato. Tres mujeres y Clodo preguntan sobre el oficio y las peleas de la farándula. Viene la colación, mate cocido, y un sándwich. Y lástima que ninguno cumple años, porque la costumbre es comprar una torta para festejarlo.
"Una sola vez me alistaron para un operativo, pero estaba tercero en la lista de espera. Evaluaron hacerle el trasplante al primero, pero no se podía. Entonces quedé segundo. Me ilusioné, pero al mismo tiempo le deseaba suerte a la persona que había quedado en punta para la operación. Le tocó finalmente a él y yo me quedé un poco triste, mi posibilidad era una en un millón", relata Clodo, a punto de pesarse otra vez.
La balanza impresiona: 78,400. En ese rato, Clodomiro perdió 2,900 kilos. Pero se siente bien, con menos toxinas en el combustible que lo mueve, y se ofrece a llevarnos hasta su casa.
"Hay chicas que se marean, tienen náuseas, les baja la presión. Vi de todo estos años. A veces, algún compañero de diálisis deja de venir. Si preguntás qué pasó, te dicen que cambió de obra social o que se mudó.", dice Clodo, y el silencio es la señal de su decoro.
Con el brazo izquierdo vendado, hace señas de que va a tomar la General Paz y avisa que falta poco para llegar a Villa Martelli. "Mi cuñada los está esperando en casa. Es la esposa de mi hermano, es un regalo del Cielo, porque mis hijas se habían ofrecido también para darme el riñón, pero son muy chicas y primero tienen que tener familia. Sonia ya fue mamá. Vino un día y me dio la noticia, le di un abrazo que todavía recuerdo", se emociona.
El olor a guiso invade la casa. Lo prepara la esposa de Clodomiro, que se llama Angélica y es justicia que así se llame, porque es la protectora de este hombre que dice sentirse "un príncipe, por todo lo que me miman".
Ahora sí se asoma Sonia, 35 años, especialista en remeras, sonrisa tímida y decisión tomada: "Hace dos años, cuando lo vi a Clodo tan mal, me pregunté si yo podía darle mi riñón. Tomé coraje y lo resolví. Desde entonces, nunca cambié de idea. Tuve apoyo del psicólogo y de los médicos, que me explicaron al detalle los riesgos. Pero nunca aflojé. Yo quería ayudar a mi cuñado y aquí estoy". Y ahí está, haciendo los últimos trámites para la internación en el CRAI Norte (ex Castex), del Centro Único Coordinador de Ablación e Implante de la provincia de Buenos Aires (CUCAIBA). Sus hijos, Belén y Abraham, y su esposo Ramón, hermano de Clodo, la apoyan y la abrazan a cada rato.
La abogada que los acompañó se llama Flavia San Martín y tiene una particularidad increíble para la situación: nació con tres riñoñes. Ya no tiene ningún problema con eso, pero a cada rato cruza bromas con los Morinigo, de los que se está encariñando.
La expectativa de hacer el trasplante antes de Semana Santa se diluye, pero se confirma para el miércoles 7 de abril.
Viene Gisela desde Praga, donde trabaja como ingeniera de sistemas. Vanesa, profesora de inglés, y Soledad, diseñadora de ropa, despejan la agenda para estar allí, con la promesa común de tatuarse un árbol de la vida con la fecha del trasplante, si todo sale bien.
Es el día. El doctor Lorenzo Toselli comanda la intervención. Lo ayuda Silvina Aleman, que despejó el camino burocrático y dio ánimo a los Morinigo para llegar hasta aquí. Hay tensión al operar a la persona sana, a la "buena samaritana" de Sonia, como se la denomina en estos casos.
La nefrectomía izquierda se hace con sumo cuidado. Hay que preservar el riñón y sus vasos. El lavado con una solución de preservación y el enfriamiento del órgano, a cuatro grados, se logra rápido. Clodomiro espera dormido.
La conexión al nuevo cuerpo también se hace en los tiempos previstos.
Compresas de agua caliente apuran el proceso. Y el riñón de Sonia comienza a funcionar en Clodomiro.
El hombre hace pis de inmediato. Es la señal que los médicos estaban esperando.
Cuando Clodomiro despierta, le hacen señas con pulgares hacia arriba. La vida le empieza a dar una nueva oportunidad.
Le avisan que lo esperan 10 días críticos y seis meses de cuidados, para evitar cualquier rechazo. Y le confirman que, al menos en el primer tramo de la recuperación, no necesitará hemodiálisis. Clodomiro logra desenchufar su mente de la máquina que lo esperaba madrugada de por medio en Liniers.
Sonia y Clodomiro no pueden verse durante 16 días, pero tienen tantas ganas de abrazarse que, mientras esperan, se mandan mensajes de aliento en video.
Es viernes 23 de abril. Exactamente a las 17.25 se produce el abrazo, "¿Cómo andás, mi otro yo?", lo sorprende Sonia. Y siete años de angustia se transforman en un instante de felicidad.
Aparece Angélica, cuando no, con una torta y dos sidras, una sin alcohol, para la salvadora y el resucitado. Clarín tiene el honor de participar del festejo. Y Belén bautiza de nuevo a su tío: "Ni Clodo, ni Sonia, ahora sos Clonia".
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