Asociación de Trasplantados de Páncreas.

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jueves, 6 de febrero de 2014

De errores, de diabéticos, y de trasplantados.

Decía don Santiago Ramón y Cajal de las equivocaciones que "lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia." Y eso ha pasado esta semana en un hospital murciano cuando, a una paciente con cáncer, que había ingresado por una trombosis, un suma y sigue de los tratamientos a los que se ha visto sometida, y de su fragilidad como persona, le dieron esa birria de bocadillo como cena.



Un amigo mío (de los de verdad, de los que se conocen en persona, y con los que he compartido aficiones reales, y no virtuales) ha comentado en el facebook que la culpa de esto es que hay gente que trabaja sin ganas, sin gustarle lo que hace, y que no es cosa de la crisis. Esa salida es por la tangente, claro, porque lo fácil es echarle la culpa al currito de turno, y no al desgraciado del patrón del catering privado que se ha llevado los euros por la subasta del servicio de comidas del hospital murciano donde todo pasó. Error. Como decía la sentencia ramonycajaliana, esta cena no es más que un aviso de la ligereza e ignorancia de esos fabricantes de mierda y de quienes creen que mejor privatizar, que nacionalizar, como los de cierto partido de cuyo nombre no quiero acordarme.

Y ya que estamos con errores, no puedo dejar pasar una imagen que me hizo reír, y luego reflexionar:




Esto de la medicación sí que es un problema. ¿Tanto cuesta que nos den por escrito las pautas a seguir, con las horas, y los cómo tomar o ponernos lo que tengamos que tomar o ponernos? Haciendo cuentas, llegamos a la conclusión que un folio fotocopiado o impreso costaba menos de cinco céntimos. Con esos mísero cinco céntimos, en el caso de la imagen, el seguro médico, o la Sanidad Pública, se hubiera ahorrado una intervención quirúrgica, la ocupación de una cama durante el pre y post operatorio, la subvención a los medicamentos que contengan protectores estomacales, mórficos, y todo lo demás,... además del sufrimiento del pobre paciente. 


No dar la pauta clara, y por escrito, al paciente también es una equivocación mayúscula, incluso para un ahorrador de esos que hoy dicen "optimización de recursos" cuando son gestores, porque ahorrar no es una palabra de moda, como lo hipster. 

Pero en esta vida todo tiene arreglo, y la crisis agudiza el ingenio a quien lo tiene. Tanto como para revender medicamentos a otros países donde los nuestros son más baratos. ¿Que cómo? Le han puesto hasta nombre: "distribución inversa". ¿Que estás trasplantado y no encuentras uno de tus inmunosupresores habituales? Repite este mantra: "Ommmm, la culpa es de la distribución inversa". 


"La llamada “distribución inversa” consiste en que las oficinas de farmacias, en lugar de vender con receta las medicinas a los ciudadanos, lo hacen a empresas mayoristas que luego las exportan. Esta práctica afecta sobre todo a medicamentos caros o que ofrecen un gran margen de beneficio, explica la Generalitat."

¡Hasta con insulina lo andan haciendo, tal y como me explicó alguien muy bien informado que, trabajando para una empresa farmacéutica, se ve afectado directamente por este viene y va de potingues! Si está claro, los diabéticos, como los trasplantados, tenemos la suerte a ratos, porque lo de volar nos lo ponen difícil los ricachones y los aspirantes a ricachones.

Suerte es que algunos farmacéuticos, como mi Marta Govantes de la avenida de La Paz, tengan sistemas personalizados de dosificación a disposición para los pacientes que puedan pagar esa "mijita" que cuesta el servicio.

El farmacéutico Francisco J. Rúa Guillermo nos cuenta:

"Me imagino, a mi querida Pepa, al llegar a su casa y sacar los medicamentos de la bolsa: 
-… esta es para el colesterol, la del azúcar ¿era la rosa o la blanca?, esta otra ¿es para los dolores? ¡Ay, qué lío Dios mío!-.

Cuando se toman 3 o más medicamentos simultáneamente y si, además, se trata de personas mayores y / o con limitaciones, aparecen las confusiones, olvidos de toma o tomas dobles que, inevitablemente, conducen a problemas de salud como consecuencia de esos errores.


Así de fácil es. Y aunque "no es simplemente rellenar los pocillos o alvéolos, eso lo puede hacer cualquiera. La labor que hace el farmacéutico, antes del rellenado del blíster, es amplia y pasa por revisar toda la medicación, por si hay un posible problema relacionado con los medicamentos (PRM) por ejemplo, interacciones o duplicidades entre medicamentos prescritos, buscar su solución, hablar si es preciso con el médico". 

Yo uso mi pastillero semanal en plan Juan Palomo. Así evito la duda metódica, o el eco farmacológico (vamos, cuando repites pastillas sin saberlo, más que las morcillas de burgos). Es una manía mía, pero que debo mantener en secreto, porque siempre, cuando lo cuentas, te sale el listo que asegura que a él no se le olvidaría nunca, nunca y nunca (¿cómo era aquello de "nunca digas este cura no es mi padre, o de este agua...?). 

Recuerdo, en una de esas reuniones protocolarias de trasplantados invitados a eventos pomposos, cómo una trasplantada rubia, guapísima, por poco me saca un ojo con sus defensas al oírme lo del pastillero, avanzándose hacia mí, con ese aire que da la belleza extrema, unida al extremo de alguien "porque yo lo valgo". Me espetó cual sardina sobre ascuas un "¡pero cómo se te pueden olvidar las pastillas! ¿eso a mí nunca me pasaría!", que aparte de medio tuerta me dejó helada, como se dejan los esquimales cuando se divorcian. Ella, además de rubia, aseguraba ser lista; pero me crié donde se medita con otro mantra, el de "dime de qué presumes, y te diré de que careces" (om, om). De di cuenta enseguida, mientras me restregaba el ojo, que usaba l´oreal para disimular, porque resultó ser la misma que plantó al novio, un bombón y buena persona (que sí, que sí, que se puede ser todo eso, que yo le he visto), tras haberle regalado su corazón y su riñón. ¡Caro amore! 

¡Pastillero, oh, pastillero! Para un crónico no eres un insulto, ni una acusación delictiva con connotaciones drogadictas, no. Tampoco eres para los que nos olvidamos nada. Eres, ¡oh, pastillero! la seguridad de las compresas con alas, o del zapato con arco de acero... Vale, no me pongo lírica, que de amores las morenas somos más prácticas que otra cosa.

Pero, volvamos a diabéticos. Os voy a hablar de uno, que bien podría ser nuestro patrono no mercantil, sino del santoral. ¿Os suena San Rafael Arnáiz? Yo tampoco tenía ni idea, hasta que me leí un artículo donde se relata su vida. La suya, la de San Rafael, no es que sea una insípida beatitud, como cuenta Fernando Portillo, pero cada cual tiene su propia opinión, y hay que respetarla. Ser trapense y diabético tipo 1, cuando ni se había inventado la insulina, y en nuestro país andaban muriendo a tiros o de hambre, me parece, cuanto menos, interesante. No creo que fuera melindroso con las comidas, sino más bien muy cuidadoso. Para un santo que tenemos, único y con bigote, no le pongamos faltas. Seguro que si viviera hoy, usaría pastillero, y un medidor de glucemia de los que te consiguen la hemoglobina glicosilada. Entonces, como mucho, bebería infusión de ortigas para bajar el azúcar, pero eso sí, de ortigas del camposanto, que junto con la fuerza de la fé, harían milagros.




Beatriz González Villegas.





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