Richard Sandoval 15 Noviembre, 2013
Moisés Neira, ex presidente del centro de alumnos de su colegio y dirigente de la Aces en la zona de Peñalolén, Ñuñoa y La Reina, no desfallece en su nueva movilización: encontrar un trasplante de rinón que le permita recuperar una vida sin depender de una máquina que lo dializa todas las noches sin excepción. Del amor, la revolución y los sueños de la educación gratuita, habla este joven de 20 años que con sonda y todo no deja de ir a las marchas y “dar cara” a los pacos.
Durante todo el 2011, pañoletas, máscaras antilacrimógenas y lienzos adornaron la vida de estudiante de Moisés Jesús Neira Águila, entonces presidente del centro de alumnos de su colegio y dirigente de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces) en Peñalolén, Ñuñoa y La Reina. Conocido en el ambiente secundario como un “guerrero” contra los pacos, cayó detenido seis veces ese año por defender a compañeros en disputas con Fuerzas Especiales. En agosto, el mes más duro de la movilización, terminó moreteado luego de pelear combo a combo con un policía al interior de la micro que lo llevaba a la tercera comisaría de Santiago. “Los dos nos sacamos la cresta, y cuando fui a constatar lesiones, el paco me dijo ‘weón no digai que te pegamos o los dos nos vamos presos’ y mentí. Estuve un mes como zombie”. Así, en el mejor momento de su vida, terminó el 2011; cuando su principal rol fue el de llevar la información desde las asambleas de la Aces a su sector, y con eso organizar la movilización.
Un años después, el lunes 5 de marzo de 2012, Moisés se levantó como todos los días para ir al colegio, el Erasmo Escala de Peñalolén. Pero no pudo, su cuerpo se lo impidió. Al aumento de peso arrastrado desde hace meses, se sumó una hinchazón inexplicable de todas sus extremidades: piernas y brazos. El estudiante tomó uno de sus tobillos con las dos manos haciendo un círculo, pero no logró juntar sus dedos. El líquido retenido se había expandido por todo su cuerpo y, sin saberlo, Moisés presentaba una señal clara de estar sufriendo insuficiencia renal, enfermedad que padecen más de 16 mil chilenos.
Preocupado por el tamaño que estaba experimentando su cuerpo, fue al consultorio público designado a los residentes de la Población La Hermida de Peñalolén, donde vive su familia desde que en 1970 un movimiento de pobladores se tomara los terrenos. Fue la primera consulta médica de las centenas que vinieron a formar parte de su nueva vida. Le hicieron los controles típicos de un Sapu -temperatura y presión- y le dijeron que tenía que trasladarse a la urgencia del hospital Cordillera, donde se atienden los 237 mil habitantes de la comuna.
Tras dejar una serie de frascos llenos de sangre y uno con orina en los laboratorios del hospital, Moisés caminó como pudo de regreso a casa, ubicada justo al frente de una cancha de tierra y una feria libre que deja un olor insoportable cuatro veces a la semana. Eran las últimas horas de su ex vida. Desde el hospital lo llamaron minutos después. La orden perentoria: hospitalización inmediata. Sus riñones dejaron de ser útiles; y toda la sangre que debían limpiar y el líquido que debían eliminar; corría sucia por su cuerpo y se estancaba donde encontraba espacios para alojarse.
El cuerpo de Moisés pasó tres semanas entre cables, máquinas y sábanas blancas. En tanto, las marchas estudiantiles seguían copando las principales calles del país, con las mismas demandas gritadas en 2011. Pero la presencia de uno de los más destacados dirigentes secundarios de Peñalolén, debería esperar.
Frecuente entre jóvenes de 15 a 30 años, la enfermedad de Berger es la más destructiva de las patologías renales. Esa es la que atacó a Moisés, quien hoy con 20 años se ha convertido en el hombre de su casa, después de su papá, Luis Alberto, maestro carpintero. Con él, aprendió desde niño el oficio de la construcción. De hecho, al momento de enfermar estaba trabajando en una obra en la popular comuna de Huechuraba, labor que combinaba con sus estudios, el punk y la movilización social
Su nuevo ritmo de vida echó todos esos proyectos momentáneamente abajo, pues tras dejar el hospital, el ex dirigente estudiantil tuvo que viajar día por medio a un centro de hemodiálisis, sin interrupciones hasta abril de 2013. Durante cuatro horas, una aguja entraba en una de sus venas para purificar la sangre. “Era horrible, porque no era sólo el momento de la diálisis. También había que contar los traslados y esperar el turno. Era el día entero. Salía a las 3 y llegaba a las 11 de la noche a mi casa”.
Depender de una máquina
En febrero de 2013, Moisés ayudó como pudo a su papá para remodelar su pieza, la que necesitaba piso flotante y pintura lavable para poder comenzar a dializarse en la casa, con el método peritoneal, menos doloroso que el venoso pero igual de sacrificado. La habitación estuvo lista en abril. Desde ese mes hasta hoy, todas las noches y durante diez horas, una máquina limpia su organismo a través de un catéter (una especie de sonda) que ingresa por su abdomen.
La máquina -cuyos gastos los cubre el AUGE, al igual que todo el tratamiento- permite que su cuerpo mantenga estables los 10 litros de líquido que necesita. “Todas las noches bajo dos kilos. La máquina funciona bien, pero lo malo es que no puedo llevar una vida normal. Por ejemplo, no puedo comer sodio ni potasio, porque cuando la máquina quiera sacar líquidos le va a costar más y me puede subir la presión. No me puedo comer una palta, algo con demasiada sal o un plátano. Si de repente andai con tus amigos y todos quieren comer una pizza, yo no puedo. Si andai con calor y te queris tomar una bebida, yo no puedo”, explica Moisés.
Esperando el trasplante
Hoy, la tristeza no es permisible en la entusiasta actitud de “Moise”, como le dicen sus amigos. El próximo 29 de noviembre tiene la ceremonia de licenciatura de cuarto medio en el colegio Santa María, donde hizo un “dos por uno” desde marzo de este año. En el verano quiere sacar licencia de conducir para trabajar como chofer de un vehículo de su tío. Además, está decidido a hacer un preuniversitario desde marzo, para el 2015 empezar a estudiar ingeniería en mecánica. Aunque los plazos se han convertido en una amenazante frontera, él no pierde la esperanza: “Yo con este método de diálisis puedo durar 10 años. Uno opta a esto para poder postular a un trasplante, porque como te cuida mejor el cuerpo llegas mejor al trasplante. Pero el trasplante tampoco es eterno, depende del órgano. A mí me puede durar seis meses como también me puede durar, en el mejor caso, 15 años”.
Sobre la nueva vida que podría tener con un trasplante, Moisés -quien además trabaja desde hace años en TV8, un canal de televisión comunitaria de Lo Hermida- prefiere ser precavido y no proyectarse. “Tengo ganas de disfrutar, de hacer cosas, de tener una familia más adelante, pero sé que no soy un buen partido. Por fuera me pueden ver una buena persona, con valores, pero yo no me veo un buen partido. Porque no le voy a poder dar seguridad a un hijo, un cobijo a un núcleo familiar”, dice. El tiempo prefiere destinarlo a sus intactos sueños revolucionarios. “Tengo ganas de que se cumplan las metas por las que venimos luchando desde hace tantos años. Yo fui a mis primeras marchas en 2010, cuando éramos como tres mil pelagatos. Y ahora poco menos ya se logró la educación gratuita, que aunque me digan que no, se ganó. Va a ser gradual, pero ya se logró. Uno sabe que esto no se puede lograr de la noche a la mañana”.
Fuente: http://www.theclinic.cl/2013/11/15/la-lucha-por-un-trasplante-de-un-ex-dirigente-estudiantil/
Moisés Neira, ex presidente del centro de alumnos de su colegio y dirigente de la Aces en la zona de Peñalolén, Ñuñoa y La Reina, no desfallece en su nueva movilización: encontrar un trasplante de rinón que le permita recuperar una vida sin depender de una máquina que lo dializa todas las noches sin excepción. Del amor, la revolución y los sueños de la educación gratuita, habla este joven de 20 años que con sonda y todo no deja de ir a las marchas y “dar cara” a los pacos.
Durante todo el 2011, pañoletas, máscaras antilacrimógenas y lienzos adornaron la vida de estudiante de Moisés Jesús Neira Águila, entonces presidente del centro de alumnos de su colegio y dirigente de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Aces) en Peñalolén, Ñuñoa y La Reina. Conocido en el ambiente secundario como un “guerrero” contra los pacos, cayó detenido seis veces ese año por defender a compañeros en disputas con Fuerzas Especiales. En agosto, el mes más duro de la movilización, terminó moreteado luego de pelear combo a combo con un policía al interior de la micro que lo llevaba a la tercera comisaría de Santiago. “Los dos nos sacamos la cresta, y cuando fui a constatar lesiones, el paco me dijo ‘weón no digai que te pegamos o los dos nos vamos presos’ y mentí. Estuve un mes como zombie”. Así, en el mejor momento de su vida, terminó el 2011; cuando su principal rol fue el de llevar la información desde las asambleas de la Aces a su sector, y con eso organizar la movilización.
Un años después, el lunes 5 de marzo de 2012, Moisés se levantó como todos los días para ir al colegio, el Erasmo Escala de Peñalolén. Pero no pudo, su cuerpo se lo impidió. Al aumento de peso arrastrado desde hace meses, se sumó una hinchazón inexplicable de todas sus extremidades: piernas y brazos. El estudiante tomó uno de sus tobillos con las dos manos haciendo un círculo, pero no logró juntar sus dedos. El líquido retenido se había expandido por todo su cuerpo y, sin saberlo, Moisés presentaba una señal clara de estar sufriendo insuficiencia renal, enfermedad que padecen más de 16 mil chilenos.
Preocupado por el tamaño que estaba experimentando su cuerpo, fue al consultorio público designado a los residentes de la Población La Hermida de Peñalolén, donde vive su familia desde que en 1970 un movimiento de pobladores se tomara los terrenos. Fue la primera consulta médica de las centenas que vinieron a formar parte de su nueva vida. Le hicieron los controles típicos de un Sapu -temperatura y presión- y le dijeron que tenía que trasladarse a la urgencia del hospital Cordillera, donde se atienden los 237 mil habitantes de la comuna.
Tras dejar una serie de frascos llenos de sangre y uno con orina en los laboratorios del hospital, Moisés caminó como pudo de regreso a casa, ubicada justo al frente de una cancha de tierra y una feria libre que deja un olor insoportable cuatro veces a la semana. Eran las últimas horas de su ex vida. Desde el hospital lo llamaron minutos después. La orden perentoria: hospitalización inmediata. Sus riñones dejaron de ser útiles; y toda la sangre que debían limpiar y el líquido que debían eliminar; corría sucia por su cuerpo y se estancaba donde encontraba espacios para alojarse.
El cuerpo de Moisés pasó tres semanas entre cables, máquinas y sábanas blancas. En tanto, las marchas estudiantiles seguían copando las principales calles del país, con las mismas demandas gritadas en 2011. Pero la presencia de uno de los más destacados dirigentes secundarios de Peñalolén, debería esperar.
Frecuente entre jóvenes de 15 a 30 años, la enfermedad de Berger es la más destructiva de las patologías renales. Esa es la que atacó a Moisés, quien hoy con 20 años se ha convertido en el hombre de su casa, después de su papá, Luis Alberto, maestro carpintero. Con él, aprendió desde niño el oficio de la construcción. De hecho, al momento de enfermar estaba trabajando en una obra en la popular comuna de Huechuraba, labor que combinaba con sus estudios, el punk y la movilización social
Su nuevo ritmo de vida echó todos esos proyectos momentáneamente abajo, pues tras dejar el hospital, el ex dirigente estudiantil tuvo que viajar día por medio a un centro de hemodiálisis, sin interrupciones hasta abril de 2013. Durante cuatro horas, una aguja entraba en una de sus venas para purificar la sangre. “Era horrible, porque no era sólo el momento de la diálisis. También había que contar los traslados y esperar el turno. Era el día entero. Salía a las 3 y llegaba a las 11 de la noche a mi casa”.
Depender de una máquina
En febrero de 2013, Moisés ayudó como pudo a su papá para remodelar su pieza, la que necesitaba piso flotante y pintura lavable para poder comenzar a dializarse en la casa, con el método peritoneal, menos doloroso que el venoso pero igual de sacrificado. La habitación estuvo lista en abril. Desde ese mes hasta hoy, todas las noches y durante diez horas, una máquina limpia su organismo a través de un catéter (una especie de sonda) que ingresa por su abdomen.
La máquina -cuyos gastos los cubre el AUGE, al igual que todo el tratamiento- permite que su cuerpo mantenga estables los 10 litros de líquido que necesita. “Todas las noches bajo dos kilos. La máquina funciona bien, pero lo malo es que no puedo llevar una vida normal. Por ejemplo, no puedo comer sodio ni potasio, porque cuando la máquina quiera sacar líquidos le va a costar más y me puede subir la presión. No me puedo comer una palta, algo con demasiada sal o un plátano. Si de repente andai con tus amigos y todos quieren comer una pizza, yo no puedo. Si andai con calor y te queris tomar una bebida, yo no puedo”, explica Moisés.
Esperando el trasplante
Hoy, la tristeza no es permisible en la entusiasta actitud de “Moise”, como le dicen sus amigos. El próximo 29 de noviembre tiene la ceremonia de licenciatura de cuarto medio en el colegio Santa María, donde hizo un “dos por uno” desde marzo de este año. En el verano quiere sacar licencia de conducir para trabajar como chofer de un vehículo de su tío. Además, está decidido a hacer un preuniversitario desde marzo, para el 2015 empezar a estudiar ingeniería en mecánica. Aunque los plazos se han convertido en una amenazante frontera, él no pierde la esperanza: “Yo con este método de diálisis puedo durar 10 años. Uno opta a esto para poder postular a un trasplante, porque como te cuida mejor el cuerpo llegas mejor al trasplante. Pero el trasplante tampoco es eterno, depende del órgano. A mí me puede durar seis meses como también me puede durar, en el mejor caso, 15 años”.
Sobre la nueva vida que podría tener con un trasplante, Moisés -quien además trabaja desde hace años en TV8, un canal de televisión comunitaria de Lo Hermida- prefiere ser precavido y no proyectarse. “Tengo ganas de disfrutar, de hacer cosas, de tener una familia más adelante, pero sé que no soy un buen partido. Por fuera me pueden ver una buena persona, con valores, pero yo no me veo un buen partido. Porque no le voy a poder dar seguridad a un hijo, un cobijo a un núcleo familiar”, dice. El tiempo prefiere destinarlo a sus intactos sueños revolucionarios. “Tengo ganas de que se cumplan las metas por las que venimos luchando desde hace tantos años. Yo fui a mis primeras marchas en 2010, cuando éramos como tres mil pelagatos. Y ahora poco menos ya se logró la educación gratuita, que aunque me digan que no, se ganó. Va a ser gradual, pero ya se logró. Uno sabe que esto no se puede lograr de la noche a la mañana”.
Fuente: http://www.theclinic.cl/2013/11/15/la-lucha-por-un-trasplante-de-un-ex-dirigente-estudiantil/
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